jueves, 31 de mayo de 2007

CAP.1 (frag.)

Tomé un colectivo y elegí un asiento al fondo. Verano. Las fachadas de Buenos Aires decoradas con vívidas hojas de las copas de los árboles, el hombre más cerca del otro que en el invierno, más piel con piel, y el colectivo rodando y rodando entre una lluvia de bocinazos y estrepitosas puteadas. A mitad de camino llamó mi atención un pasaje que cruza la calle Medrano. Toqué el timbre y bajé del colectivo (como hacía siempre vaya donde vaya). Me pasé tres cuadras, pero no sentí el peso de la obligación de caminarlas porque el verano las adornaba, la gente parecía caminar convencida, sacando pecho, esa inocencia de bebé recién cagado que mira sonriente a su madre porque finalmente terminó con eso que desconoce y antes le molestaba, y su madre maldiciendo haber tenido un hijo y con las veredas repletas de colores vivos que se movían como el fuego, sin cesar y para arriba, no como en invierno que abunda en gris con negro con azul y un rojo y un verde muy perdidos por ahí.

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